viernes, diciembre 14, 2007

Manifiesto por el cambio global de la educación.

"El Vuelo del Hijo", Totila Albert.

El medico psiquiatra chileno claudio Naranjo (75), formado en terapia gestáltica con el renombrado Fritz Perls, es el fundador del programa S.A.T. de Educación integral. Plantea aquí un ángulo nuevo desde el cual pensar la educación: el de la espiritualidad. Y habla de cuestiones hasta ahora poco conectadas en la practica: amor, integración, transformación y evolución. El manifiesto que él mismo redactó funciona como un llamado de atención sobre el modo de formar a las más jóvenes generaciones occidentales.

Estoy convencido de que la educación sea nuestra mejor esperanza, pero de ninguna manera la educación que tenemos. Puesto que tenemos una educación para que nuestra próxima generación se nos parezca, nos urge tener una educación que nos ayude a evolucionar –personal, y socialmente– para que podamos dejar atrás nuestras plagas”. Totila Albert

Gran parte de mi trabajo ha sido inspirado pro las ideas de Totila Albert, quien, yendo un poco más allá de Bachofen (historiador suizo que descubrió el matriarcado a fines del siglo XIX), planteaba que nuestra historia ha atravesado una etapa de nomadismo original, llamada “filiarcal”, en la que dominaron los valores de la juventud y la instintividad animal. Luego devino la etapa “matriarcal” del temprano neolítico, y, finalmente, comenzó la larga era del patriarcado, iniciada hace unos seis mil años. Albert planteaba también que estas tres formas de vida fueron la respuesta a las situaciones traumáticas del momento, y que ya seria hora de que nos convirtamos en hombres completos. Esto se traduce en una vida familiar, valores culturales y, sobre todo, un mundo interno en los que haya un equilibrio entre padre, Madre e Hijo. Así, Albert entreveía una era “de los tres”, que trascendiese la sociedad patriarcal, pero pensaba que sólo podría ser alcanzada tal sociedad sana a través de la realización de la plenitud “trinitaria” en el corazón de muchos. Esto entraña una idea que podría representarse como un cruce colectivo de un ‘mar rojo’ de la conciencia, que comprende un proceso de búsqueda, sanación e iluminación colectivas.

Así como él hablaba de una integración entre padre, madre e hijo en nuestra “familia interior”, yo he traducido su lenguaje de las tres “personas interiores” al de los tres amores: el eros, raíz del amor a sí mismo; el ágape, amor benévolo y materno que subyace al amor al prójimo; y filia, el amor respeto, que deriva del amor del niño hacia el padre.
En mi conferencia La civilización, un mal remediable, he explicado la “mente patriarcal” como un desequilibrio en el cual es exaltado el amor-respeto (que mira hacia los padres, las autoridades y los ideales), eclipsado y falsificado el amor materno e inconscientemente criminalizado el eros. En consecuencia de tal visión, lo que vengo proponiendo es una “educación trifocal”, como la llamé años atrás, durante una conferencia en la Casa Encendida de Madrid. Me refiero con este término ‘trifocal’, a que tal educación debería ir dirigida a las partes padre, madre e hijo de la mente. Por lo tanto, se puede agregar a la educación eminentemente intelectual que es común en la actualidad, “una educación del corazón”. Esto, por supuesto, sin olvidar el aspecto emancipatorio de la educación ni la relevancia de una educación para la felicidad (inseparable de la salud y la virtud). Me parece evidente que para la educación actual –en la que es más relevante pasar exámenes que comprender el mundo y la vida–, necesitamos que ayude también a la gente a conocer su mundo interno, y que deje de lado su orientación excesivamente tecnológica.
De esta manera, para lograr que esta educación sea así, necesitamos formadores especialmente preparados: será vital para la transformación de la educación, y por lo tanto, la transformación de los educadores a través de un proceso mucho más amplio y profundo que el proporcionado por las actuales escuelas de pedagogía. Tal formación de formadores, que apunta directamente a aquellos aspectos que “Salamanca non presta”, requiere de un método de educación transformadora eficiente y rápido. Este es, creo, mi mayor aporte y me siento como un campesino de cuento de hadas, que después de mucho tiempo de cultivar los frutos de su tierra y experimentando con toda clase de híbridos se encuentra con un tesoro: una planta cuyo jugo pudiera matar el dragón que está azolando la comarca. Creo haber inventado, casi sin quererlo, lo que hacía falta para una transformación rápida y masiva de la educación en el mundo occidental. No ignoro el hecho que esta ha sido una de las más retrogradas de nuestras instituciones, pero, sin embargo, albergo la loca esperanza de que pueda hacerse el milagro, en vista de que cada vez es más evidente que nuestra salvación depende de un cambio de conciencia, y que sólo la educación puede permitirnos inducir masivamente tal cambio evolutivo en el mundo.

Sé que está en nuestras manos educar seres más sabios, benévolos y libres de lo que nosotros hemos sido, y dejarles la tierra por herencia a nuestros hijos a través de un acto que nos haría salvadores de nuestras especie.



Texto aparecido en la revista Uno Mismo, n 213, septiembre 2007, págs. 58 y 59.

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