La ética del autosacrificio kenótico.
El cambio de un corazón endurecido no se puede obtener por la fuerza militar ni comprando gente ni a través de la persuasión intelectual. Es algo que se consigue tratando a las personas como seres humanos, como algo valioso. Sobre todo mediante el sacrificio en nombre de otros, como lo ejemplificaron con su vida y su trabajo Martin Luther King, Mahatma Gandhi y Desmond Tutu. La actitud de ética profunda no supone que se esté siempre autosacrificándose en nombre de otros, sino que uno está preparado para hacerlo cuando suponga una diferencia estratégica. A veces es lo único que puede constituir una verdadera diferencia. Se trata de kenosis cuando uno está dispuesto a sacrificarse en el momento y lugar adecuados si ello puede ser algo transformador, sobre todo cuando puede convertir a un enemigo en amigo, pues esa es la base de la verdadera seguridad. Muchos sugirieron que la kenosis es una buena idea pero impracticable. Para responderles transcribo un documento notable que recibí hace poco de un hombre llamado David Christie.
"En 1967 -escribe Christie-, yo era un joven oficial de un batallón escocés que cumplía tareas de mantenimiento de la paz en Aden, en lo que actualmente es Yemen. La situación era similar a la de Irak, moría gente todos los días. Como siempre, los que más sufrían eran los inocentes que pertenecían a la población local. No sólo éramos duros, sino que contábamos con la fuerza necesaria para destruir por completo la ciudad si hubiéramos querido hacerlo. Pero teníamos un comandante que entendía como se lograba la paz y nos llevó a hacer algo muy poco común, a no reaccionar cuando nos atacaban. Sólo se nos permitía abrir fuego si teníamos la completa certeza de que una persona en particular había lanzado una granada o disparado contra nosotros. Mientras prestamos servicio nos lanzaron 102 granadas y, en respuesta, el batallón disparó el gran total de 2 balas, dando muerte al que había lazado una granada. El saldo fue de más de 100 heridos entre nuestros hombres y, gracias a Dios, sólo un muerto. Cuando nos arrojaban piedras, aguantábamos; cuando nos lanzaban granadas, nos tirábamos al suelo y, tras la explsión, nos poníamos de pie y aguantábamos. No reaccionábamos con furia ni de manera indiscriminada. No era la reacción esperada. Lentamente, muy lentamente, la población local empezó a confiar en nosotros y aclaró a los terroristas locales que no eran bienvenidos en esa zona. En un momento, los demás batallones sufrían un ataque tras otro. Nosotros jugábamos al fútbol con la población local. De hecho habíamos llevado la paz a nuestra zona al costo de nuestra propia sangre. ¿Cómo se había logrado? Principalmente, porque nos comandaba un hombre que estaba dispuesto a morir por cualquiera de los soldados del batallón, y ellos lo sabían. Cada uno de los soldados llegó a estar dispuesto a sacrificarse por ese hombre. Mucha gente puede decir que no hacíamos más que obedecer órdenes, pero no era así. Nuestro comandante gozaba entre sus soldados de mayor respeto que el general. Lo adoraban. Poco a poco, en cada hombre empezó a desarrollarse un artífice de la paz, alguien decidido a tener éxito a cualquier costo. Es probable que, como yo, la mayor parte de los soldados sólo haya tomado consciencia años después de lo que se había logrado".
Me reuní con David Christie. Es un típico soldado: está dispuesto a matar, pero cree en la paz. Decidí ponerlo en contacto con Nosizwe Matlala-Routledge, integrante de nuestra reunión de Cabo Occidental y hasta hace poco Viceministra de defensa de Sudáfrica, con la esperanza de que pueda ayudar a entrenar a la Fuerza de Defensa Sudafricana.
La paz es algo del orden de la interacción. No voy a decir que sé de esto más de lo que sé, pero creo que el punto clave es que si finalmente tenemos que usar métodos coercitivos para evitar la muerte de inocentes, todo el tiempo debemos ofrecer una salida al otro. Hay que darle su completa humanidad; no debemos decir Ustedes son irredimibles. Creo que eso es lo más importante. Esa persona debe tener siempre claro los siguiente: "Voy a hacer todo lo queda hacer para detenerte, pero no te trataré como si fueras subhumano". Tiene que existir esa oportunidad. Hay todo un expectro de oportunidades que comprende la negociación, la resolución del conflicto y la empatía, pasando por la naturaleza y el costo del perdón, hasta la ética profunda del sacrificio kenótico. El perdón es un gran paso. No es todo el camino, pero es parte del mismo. La clave es la capacidad de ver a los otros como seres humanos íntegros en lugar de verlos según la imagen del enemigo, que nos permite tratarlos como subhumanos. Comprender el sacrificio en nombre de nuestros enemigos, incluso la muerte es un objetivo casi imposible. De todas formas, esta ética de autosacrificio es la verdadera naturaleza de la ética profunda, que descubrimos en lugar de inventar. Aparece en las tradiciones espirituales profundas de todos los credos religiosos.
Cuando hablé sobre esto hace unos años en California, un hombre se me acercó muy emocionado y me dijo: "Fue una charla increíble. Hablo como un verdadero musulmán". Me sentí asombrado. Era el director del Centro de Estudios Musulmanes de Londres. En Nueva York escuché las palabras del Gran Rabino de Gran Bretaña, que manifestaban exactamente el mismo espíritu y le dije: "Usted habla como un cuáquero". Me contestó: "Voy a tomarlo como un cumplido". Lo mismo está profundamente arraigado, por ejemplo, en la tradición hindú en la que creció Gandhi. Por eso pienso que todas las grandes religiones del mundo tienen una tradición espiritual que cree con seriedad en una ética kenótica. La verdadera división no se da en esta esfera ética, sino entre los fundamentalistas y los no fundamentalistas, independientemente de si pertenecen o no al mismo grupo religioso. Los no fundamentalistas puede relacionarse entre sí, sin importar su fe y también coincidir en la naturaleza profunda de la ética.
Extracto del ensayo "Una ética del autosacrificio personal", de George Ellis aparecido en la Revista Ñ, nº 65, 24-12-2004, Clarín de Buenos Aires.
George Ellis. Cosmólogo nacido en Johannesburg en 1939. Entre los años 1966 y 1970 investigó junto a Stephen Hawking y Roger Penrod la naturaleza del Big Bang, logrando deducir una serie de teoremas del espacio-tiempo de la relatividad que mostraron la plausibilidad de que el Big Bang no sólo creara la energía que derivó en la materia, sino también diera comienzo al espacio-tiempo. Militante por los derechos humanos en Sudáfrica, cuáquero desde 1974, recibió en marzo del año pasado el premio Templeton por sus desarrollos en "realidades espirituales". Actualmente enseña Sistemas Complejos en la Universidad de Ciudad del Cabo (Sudáfrica) y Astronomía en Londres.
Pos Data: Si ésta fuese la ética de nuestras FFAA, estaría dispuesto a mantenerlas. Pero como sé que no es así, considero que no se merecen el 10% neto de las ventas del Cobre que pertenece a TODOS los chilenos, no sólo a ellos. Para qué decir de Bush, su electorado no son los cuáqueros. Mientras tanto, las tropas de EE.UU. hacen todo lo contrario: matar a discreción.
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