martes, agosto 21, 2007

Texto encontrado en un ciber.

A la lógica aristotélica —la proclamada lógica natural del entendimiento humano— le ha sucedido lo que le hubiese pasado a la mejor galera romana, caso de proclamarse navío natural. Bastará para refutar tal pretenciosidad la presencia de un trasatlántico. Las lógicas artificiales modernas son tan potentes y especializadas cual auto, avión, televisor... La lógica aristotélica es, cuando más, lógica de párvulos o de primera enseñanza. Y ni aun esto; que ya se enseña a nuestros niños comenzar matemáticas y lógica con teoría de los conjuntos.
¿Y creemos los filósofos gozar de excepcional, rarísima y superlativa inmunidad en ontología, metafísica, ética... "naturales" o "esenciales" al entendimiento humano?
Puedo creer, decía Oscar Wilde, cualquier cosa mientras sea suficientemente imposible. Procuremos, con todo, no acumular imposibilidades, que terminaremos por no poder creer.
Pero ante todo, ¿qué es filosofía actual? o ¿a qué se ha reducido en nuestro presente histórico la filosofía de tiempos pasados? ¿A qué función social o humana podemos aspirar los filósofos y con qué dosis contribuir al futuro inmediato de la sociedad humana?
Muchas, graves y difíciles preguntas son éstas para que pueda responderlas aquí, y ahora, caso de que supiera hacerlo. Lo malo es que tan sólo sé preguntar, y, cuando más, aventurar un inicio de comienzo de principio de respuesta.
En su Fenomenología del Espíritu, y después de una mirada a la historia de la filosofía, Hegel pierde la paciencia y suelta aquel desplante irreverente, mas verdaderísimo: "ya es hora de que el filósofo deje de ser filósofo, o amante de la sabiduría; y sea ya sofós o sabio". Van ya más de dos mil años de filosofar, de aspirar y suspirar por la sabiduría. Basta ya, parece decirnos Hegel, de definir la filosofía como "amor a la sabiduría", dejando, con Platón, lo de ser sabio para los dioses, y contentándonos nosotros, con esas sobras y migajas de ser aspirantes eternos a sabios.
Marx, en 1848, increpó ruda y cruelmente a los filósofos con aquella su Tesis XI sobre Feuerbach: "Los filósofos no han hecho hasta ahora sino interpretar el mundo; ya es hora de que se pongan a transformarlo".
Hegel y Marx han perdido la paciencia; y según el retintín con que hubieran pronunciado tales frases nos sonaran a irreverentes invectivas, a desaforados insultos o a inaceptables conminaciones. La de Marx indisimuladamente nos dice: ¡a trabajar, a trabajar de sociólogos!; la de Hegel: ¡a trabajar, a trabajar de científicos! Hegel se puso, diciendo y haciendo, a trabajar en su Ciencia de la Lógica (1812), movilizando para ello lo que de ciencia matemática, física, química, biológica... le ofrecían los sabios científicos de su presente histórico: Newton, Leibniz, Lagrange, Laplace, Carnot, los que no sólo habían sido "amantes de" la matemática, física o biología sino matemáticos, físicos, biólogos: habían sido científicos —y— técnicos. Fuera de algunos de la escuela neokantiana de Marburg, nadie ha empleado ni entonces ni ahora en el cuerpo de la filosofía más matemáticas y física que Hegel. Y eso que desde el 1812 a nuestros días, física, matemáticas, biología y técnica han avanzado espectacularmente de manera asombrosa. Para la inmensa mayoría de los filósofos actuales es como si no hubieran venido al mundo Gauss, Riemann, Einstein, Heisenberg, Fermi, Oppenheimer... A lo más hablan de ellos de "oídas" o por citas; y, a veces, por citas de citas.
A mitad del siglo pasado nacía una nueva ciencia: la economía política. O la economía —real y practicada desde siglos, explosivamente desarrollada por la revolución industrial—, pujaba por darse forma científica, a la vez y a la una economía y política, economía y vida social. ¡A trabajar, a trabajar en sociología, bajo su forma concreta de economía política!, se dijo a sí mismo Marx; y manos a la obra, durante unos cuarenta años, las puso, y resultó El Capital.
Me temo que no nos agrade a los hispanoamericanos oír de boca de Hegel y Marx ni de ninguna otra, así sea la del Papa, eso de "a trabajar, a trabajar"; y me temo también que no nos suene particularmente seductor y reverente a los filósofos esotro conexo de "a trabajar, a trabajar las ciencias y en economía política". Pero, si no me equivoco, tal es la tarea que define a la filosofía si quiere ser actual.
En otros tiempos, hace siglos, se decía pomposamente que el fin de las leyes y del Gobierno, —regio o popular— era "el Bien común". "Ley es una orden de la razón, dirigida al Bien común y promulgada por el que tiene a su cuidado la Comunidad". Ahora, puestos a trabajar en eso de Bien común, realmente común, hablamos de producto nacional bruto, de producto nacional neto, de ingreso nacional, renta nacional... y se proponen las autoridades con un presupuesto bien especificado aumentarlo en un determinado tanto por ciento anual o quinquenal. El abstracto filosófico clásico, límpido, alumbrador, orientador —e inoperante, como la lucecita de la estrella polar—, ha sido sustituido por esa tarea concreta, inmediata, un poco bruta, más eficiente, ordenada por un Parlamento al votar un Presupuesto y encomendar su ejecución al Gobierno. El cuidado de la Comunidad se llama ahora "presupuesto"; haberlo inventado e ir realizándolo dentro de y contra las fallas humanas, es tarea de nuestra época.

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