sábado, mayo 13, 2006

UNA VERDAD ACALLADA HACE MILENIOS

Es característico que los mamíferos acaricien a sus hijos, con el hocico o con las manos, que los abracen, los sobren, los mimen, los cuiden y los amen, un comportamiento que es esencialmente desconocido entre los reptiles. Si es realmente cierto que el complejo R y el sistema límbico viven en una tregua incómoda dentro de nuestros cráneos y que continúan compartiendo sus antiguas predilecciones, podríamos esperar que la indulgencia paterna animara nuestras naturalezas de mamífero y que la ausencia de afecto físico impulsara el comportamiento reptiliano. Algunas pruebas apuntan en este sentido. Harry y Margaret Harlow han descubierto en experiencias de laboratorio que los monos criados en jaulas y físicamente aislados -aunque pudiesen ver, oír y oler a sus compañeros simios- desarrollaban toda una gama de características taciturnas, retiradas, autodestructivas y, en definitiva, anormales. Se observa lo mismo en los hijos de personas que se han criado sin afecto físico -normalmente en instituciones- donde es evidente que sufren mucho.
El neuropsicólogo james W. Prescott ha llevado a cabo un análisis estadístico transcultural sorprendente de 400 sociedades preindustriales y ha descubierto que las culturas que derrochan afecto físico en sus hijos, tienden a no sentir inclinación por la violencia. Incluso las sociedades en las que no se acaricia mucho a los niños, desarrollan adultos no violentos, siempre que no repriman la actividad sexual de los adolescentes. Prescott cree que las culturas con predisposición a la violencia están compuestas por individuos a los que se ha privado de los placeres del cuerpo durante, por lo menos, una de los fases críticas de la vida, la infancia y la adolescencia. Allí donde se fomenta el cariño físico, son apenas visibles el robo, la religión organizada, las ostentaciones envidiosas de riqueza; donde se castiga físicamente a los niños tiende a haber esclavitud, homicidios frecuentes, torturas y mutilaciones de los enemigos, cultivo de la inferioridad de la mujer, y la creencia en uno o más seres sobrenaturales que intervienen en la vida diaria.
No comprendemos de modo suficiente la conducta humana, para estar seguros de los mecanismos en que se basan estas relaciones, aunque podemos suponerlos. Pero las correlaciones son significativas. Prescott escribe: "La probabilidad de que una sociedad se vuelva físicamente violenta si es físicamente cariñosa con sus hijos y tolera el comportamiento sexual premarital es del dos por ciento. La probabilidad de que esta relación sea causal es de 125.000 contra uno. No conozco otra variable del desarrollo que tenga un grado de validez predictiva". Los niños tiene hambre de afecto físico; los adolescentes sienten fuerte impulso hacia la actividad sexual. Si los jóvenes pudiesen decidir, quizás se desarrollarían sociedades en las que los adultos tolerarían poco la agresión, la territorialidad, el ritual y la jerarquía social (aunque en el curso de su crecimiento los niños podrían muy bien experimentar estos comportamientos reptilianos). Si Prescott está en lo cierto, en una era de armas nucleares y de contraceptivos eficientes, los abusos contra los niños y la represión sexual severa, son crímenes contra la Humanidad. Está claro que se necesita ahondar más en esta tesis provocativa. Mientras tanto cada uno de nosotros puede contribuir, de modo personal y no polémico al futuro del mundo, abrazando tiernamente a nuestros niños.

Cosmos.
Carl Sagan, pág. 332

1 comentario:

Etznab 6 dijo...

YAPO, DE ALLÁ SOMOS.