LA GLORIA Y LA RUINA DE LOS MAYAS
Historia de una civilización en tres actos: ascenso, el esplendor monumental y la caída
Por Guy Gugliotta
Fotografías de Kenneth Garrett y Simon Norflok
Ilustraciones de Vania Zouravliov
National Geographic agosto 2007, págs. 2-47
El decadente esplendor de los mayas se desplegó en el escenario de los bosques tropicales del sur de México y Centroamérica y, como siempre ocurre, estaba predestinado a desaparecer.
Para seguir la trayectoria de una cultura cuyas raíces preclásicas datan de 3.000 años, comenzaremos con nuevas evidencias que sugieren que la llegada de un caudillo proveniente de México Central, trajo consigo una era de magnificencia y de obras maestras, como la mascara mortuoria del rey Pakal, de Palenque (arriba). A continuación, una muestra fotográfica de templos que surgen de la oscura maraña de la jungla. Pero las grandes potencias alcanzan su esplendor para luego decaer.
El último articulo aborda la cascada de catástrofes que precipitaron la caída del imperio maya Clásico.
El Hacedor de Reyes.
Enviado desde Teotihuacan, la poderosa ciudad hacia el oeste, el caudillo Nace el Fuego, fundó nuevas dinastías que dieron al mundo maya un esplendor sin paralelo.
El forastero llegó cuando la época de sequía comenzaba a endurecer los senderos en la jungla, lo que permitía el paso de los ejércitos. Flanqueado por sus guerreros, se adentró en la ciudad maya de Waka, pasando al lado de templos y mercados, y atravesando las plazas. Los ciudadanos debieron quedarse boquiabiertos, impresionados no sólo por la exhibición de fuerza, sino también por los extravagantes tocados de plumas de estos hombres, las jabalinas y los escudos refulgentes: insignias reales de una remota ciudad imperial.
Las inscripciones antiguas dan, como fecha del acontecimiento, el 8 de enero del 378 y el nombre del forastero: “Nace el Fuego”. Él llegó a Waka (actual El Perú en Guatemala), como un enviado de una gran potencia de la altiplanicie de México. Durante los siguientes decenios, su nombre figuró en los monumentos de todo el territorio maya, la civilización mesoamericana de la selva y, gracias a su legado, los mayas alcanzaron un apogeo que perduró por cinco siglos.
Los mayas han sido siempre un enigma. Hace algunos decenios, la majestuosidad de sus ciudades en ruinas y su hermosa, pero indescifrable escritura, llevó a muchos investigadores a imaginar una noble sociedad de sacerdotes y escribanos. Cuando los epigrafistas aprendieron finalmente a leer los jeroglíficos mayas, surgió una imagen más oscura, de dinastías en guerra, rivalidades en la corte y palacios incendiados. La historia de los mayas se convirtió en un tapiz de fechas precisas y de personajes de nombres evocadores.
Sin embargo, quedaban grandes misterios por resolver, entre ellos, qué impulsó el salto final de los mayas hacia la grandeza. En la época en que se extendía la fama de Nace el Fuego, una ola de cambios sacudió el mundo maya. Lo que había sido un grupo de ciudades-estado centradas en sí mismas, amplió sus nexos con sus vecinos y con otras culturas, alcanzando las alturas artísticas que definen el periodo maya Clásico.
Nuevos indicios, extraídos de las ruinas tapizadas de maleza y obtenidos a partir del análisis de textos recién descifrados, apuntan a Nace el Fuego como la figura central de esta transformación, ya que según la evidencia hallada, rehizo la dirigencia política combinando la diplomacia y la fuerza, forjando alianzas, instalando nuevas dinastías y ampliando la influencia de la remota ciudad-estado que él representaba, la gran metrópoli de Teotihuacan, ubicada cerca de la actual Ciudad de México.
Los estudiosos discrepan sobre el legado de Nace el Fuego; si impulsó una época duradera de dominio extranjero o fue el catalizador de un cambio que empezaba a gestarse. “No sé si Nace el Fuego inventó el nuevo sistema” –dice Nikolai Grube, de la Universidad de Bonn- “pero estuvo allí al comienzo”.
El forastero llegó cuando la época de sequía comenzaba a endurecer los senderos en la jungla, lo que permitía el paso de los ejércitos. Flanqueado por sus guerreros, se adentró en la ciudad maya de Waka, pasando al lado de templos y mercados, y atravesando las plazas. Los ciudadanos debieron quedarse boquiabiertos, impresionados no sólo por la exhibición de fuerza, sino también por los extravagantes tocados de plumas de estos hombres, las jabalinas y los escudos refulgentes: insignias reales de una remota ciudad imperial.
Las inscripciones antiguas dan, como fecha del acontecimiento, el 8 de enero del 378 y el nombre del forastero: “Nace el Fuego”. Él llegó a Waka (actual El Perú en Guatemala), como un enviado de una gran potencia de la altiplanicie de México. Durante los siguientes decenios, su nombre figuró en los monumentos de todo el territorio maya, la civilización mesoamericana de la selva y, gracias a su legado, los mayas alcanzaron un apogeo que perduró por cinco siglos.
Los mayas han sido siempre un enigma. Hace algunos decenios, la majestuosidad de sus ciudades en ruinas y su hermosa, pero indescifrable escritura, llevó a muchos investigadores a imaginar una noble sociedad de sacerdotes y escribanos. Cuando los epigrafistas aprendieron finalmente a leer los jeroglíficos mayas, surgió una imagen más oscura, de dinastías en guerra, rivalidades en la corte y palacios incendiados. La historia de los mayas se convirtió en un tapiz de fechas precisas y de personajes de nombres evocadores.
Sin embargo, quedaban grandes misterios por resolver, entre ellos, qué impulsó el salto final de los mayas hacia la grandeza. En la época en que se extendía la fama de Nace el Fuego, una ola de cambios sacudió el mundo maya. Lo que había sido un grupo de ciudades-estado centradas en sí mismas, amplió sus nexos con sus vecinos y con otras culturas, alcanzando las alturas artísticas que definen el periodo maya Clásico.
Nuevos indicios, extraídos de las ruinas tapizadas de maleza y obtenidos a partir del análisis de textos recién descifrados, apuntan a Nace el Fuego como la figura central de esta transformación, ya que según la evidencia hallada, rehizo la dirigencia política combinando la diplomacia y la fuerza, forjando alianzas, instalando nuevas dinastías y ampliando la influencia de la remota ciudad-estado que él representaba, la gran metrópoli de Teotihuacan, ubicada cerca de la actual Ciudad de México.
Los estudiosos discrepan sobre el legado de Nace el Fuego; si impulsó una época duradera de dominio extranjero o fue el catalizador de un cambio que empezaba a gestarse. “No sé si Nace el Fuego inventó el nuevo sistema” –dice Nikolai Grube, de la Universidad de Bonn- “pero estuvo allí al comienzo”.
(Continuará...)
1 comentario:
¿QUÉ SE SIENTE CONTAR SU PROPIA HISTORIA?
ES UN BUEN VIDEO PARA CAMBIAR LO CAMBIABLE.
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