sábado, diciembre 23, 2006

LOS PROFETAS MUDOS NO SIRVEN II.




Carta del Editor.

Los astrónomos dedican buena parte de su vida a encontrar nuevas formas de incurrir en un acto que a todos nos era prohibido en la infancia: mirar directamente al Sol. Gracias a esa feliz desobediencia, hoy están logrando resolver algunos de los más profundos misterios de nuestra vital estrella.
¿Qué misterios son esos? Una muestra: a una distancia de miles de kilómetros de la faz solar, la temperatura es mayor que en la superficie misma del Sol. Comprender el comportamiento del Sol y su "clima espacial" no es del interés exclusivo de la ciencia. La protección de las redes de suministro eléctrico del mundo y las comunicaciones satelitales, por ejemplo, podría depender de la posibilidad de predecir las llamaradas solares y su eyección de megatones de energía.
Los más destacados astrónomos especializados en nuestro llamado astro rey nos han brindado su asesoría en la preparación del artículo sobre nuestra estrella tormentosa. ¡Ah!, y no olvide el bloqueador solar.
Bill Allen. NG julio 2004.







Vivir con una estrella tormentosa.
Por Curt Suplee.

La llaman "buena calidad de imagen". Al entrecerrar los ojos y ver la luminosa mañana, a 2.400 metros sobre el Atlántico en la costa occidental de África, no es difícil darse cuenta por qué. Para los astrónomos, una buena calidad de imagen significa que el aire va a permitir una visión definida y estable de los objetos celestes. Y, en efecto, la claridad zafírea sobre La Palma, una de la islas Canarias más occidentales, es casi surrealista.
"Extiende el brazo hasta que el pulgar alcance a cubrir el Sol, indica Göran Scharmer, Director del Instituto de Física Solar de la Real Academia Sueca de Ciencias. Cuando en el borde superior del pulgar se vez azul oscuro, habrá condiciones para ver la corona solar".
Por ello Scharmer y su equipo se hallan trepados en el borde de una antigua caldera volcánica, continuando una búsqueda casi tan vieja como el hombre: el estudio de ese fuego en el cielo.
Ha estado ardiendo por 4.600 millones de años, incluso antes de que existiera una Tierra que se calentara con su incandescencia. Sin embargo, apenas en las últimas dos décadas los científicos han comenzado a entender realmente al reactor termonuclear que llamamos Sol.
Para los estándares galácticos, nuestra estrella es una del montón. Sin duda es tan grande que un millón de Tierras cabrían en su interior. Y es tan densa que los rayos solares que vemos hoy iniciaron su viaje desde el centro del Sol antes de la última era glacial, y les ha tomado cientos de miles de años abrirse paso hasta la brillante fotosfera antes de hacer su recorrido de ocho minutos y 150 millones de kilómetros hasta nuestros ojos.
Sin embargo, el Sol cae en la categoría general de estrellas pequeñas llamadas Tipo G, una especie tan común, que existen miles de millones de ellas tan sólo en la Vía Láctea. Pero ninguna otra cosa en el Universo, salvo nuestro propio planeta, tiene más importancia inmediata para nosotros. El Sol es el origen de prácticamente toda la energía que sustenta la vida, la fuente del estado del tiempo, el árbitro de nuestro clima y, desde luego, nuestra conexión más cercana con los procesos que dan energía al Kosmos.
"El Sol es la piedra de Roseta de la astrofísica", opina Scharmer, cuyas observaciones con el Telescopio Solar sueco de un metro de diámetro en La Palma, siguen estableciendo récords mundiales de alta resolución. "Pero es una piedra que no hemos logrado descifrar del todo".
Incluso hoy, cuatro siglos después de que galileo y otros astrónomos revelaron que unas cuantas manchas se movían a lo largo de la superficie solar, muchos de los aspectos más profundos de nuestra estrella local permanecen ocultos en el misterio. Ahora los científicos están a punto de encontrar respuestas gracias a una oleada de interés internacional en los últimos 20 años, a los avances en la elaboración de modelos por computadora y a nuevos instrumentos de alta tecnología que pueden observar aspectos del comportamiento solar que antes eran irreconocibles y, a veces, inimaginables.
"Antes era dermatología solar, dice Scharmer, ahora es realmente astrofísica".
Pero aún se necesita una resolución telescópica mucho más fina. Muchos científicos creen que algunas estructuras solares fundamentales tienen tan sólo unos cuantos kilómetros de ancho. La mejor resolución que se obtiene con el telescopio sueco es de 80 kilómetros, de manera que han estado actualizando sus instrumentos constantemente. Lo mismo ocurre con los investigadores de las múltiples instalaciones terrestres, desde las cumbres montañosas de Maui, hasta la imponente llanura de Siberia. Fuera de nuestro planeta, hay casi una docena de observatorios, en su mayoría lanzados desde mediados de la década de 1990.
Además, existen nuevos proyectos que intentan entender y predecir el clima en el espacio: los efectos producidos por miles de millones de toneladas de plasma que pueden ser expulsadas por el sol y causar ráfagas electromagnéticas por todo el Sistema Solar.
Pero los avances no son lo suficientemente rápidos para quienes operan delicados sistemas de transmisión y comunicación vía satélite, así como el Sistema de Posicionamiento Global (GPS por su sigla en inglés), naves espaciales militares y diversos sistemas esenciales para la vida moderna.
Aunque casi todo lo que sucede en el interior y en la superficie del Sol repercute en nuestro planeta, hay dos tipos de sucesos solares explosivos que afectan a los habitantes de la Tierra en forma muy severa. Uno son las llamaradas solares, cuando una área pequeña sobre la superficie del Sol explota de repente y alcanza decenas de millones de grados de temperatura, con una intensa liberación de energía que puede suspender las comunicaciones, inhabilitar satélites o, hipotéticamente, matar a un astronauta que estuviera realizando una caminata espacial.
El otro suceso son las eyecciones de masa coronal (EMC), es decir, miles de millones de toneladas de partículas cargadas que escapan del halo del Sol, la corona, a millones de kilómetros por hora. Estas nubes colosales golpean la protectora magnetósfera terrestre aplastando sus líneas de campo magnético y arrojando billones de watts de energía hacia el interior de la atmósfera superior de la Tierra, lo que puede sobrecargar las líneas eléctricas, produciendo apagones masivos, y destruir los instrumentos delicados de cualquier aparato que orbite nuestro planeta.
Con frecuencia, las llamaradas y las EMC suceden juntas, como ocurrió el pasado octubre, cuando la cuarta llamarada más poderosa que se haya observado estalló. Entonces dos EMC golpearon, durante dos días consecutivos, al planeta. Gracias al moderno equipo de detección, tuvimos un aviso con el tiempo suficiente para tomar acciones preventivas. La atmósfera estaba tan cargada eléctricamente, que se vieron auroras muy al sur, hasta el Mediterráneo, pero el daño fue mínimo. En cambio, cuando una feroz EMC alcanzó la Tierra en 1989, destruyó la red de energía de HydroQuebec, la principal instalación eléctrica de Quebec, Canadá, y dejó a casi siete millones de personas sin electricidad, además de daños por varios millones de dólares.
Por ello, es prioritario entre los investigadores ubicar las causas de tales sucesos. Pero nuestra estrellas ha tardado en revelar sus secretos y no es para asombrarse: estudiar al Sol es entrar en un reino increíblemente extraño.
La mayor parte de la Tierra es Sólida. en cambio, el Sol es gaseoso: casi el 70% de hidrógeno, el 28% de helio y el 2% restante, de elementos más pesados. La capa visible más externa se llama fotosfera, pero de hecho el Sol no tiene "superficie" y su atmósfera se extiende hasta la Tierra y más allá, haciéndose cada vez más tenue.
Más aún, el Sol es un frenesí de actividad electromagnética. En la Tierra muy pocos materiales son buenos conductores de electricidad, pero en el Sol casi todo tiene conductividad eléctrica, porque no hay muchos átomos neutros intactos. Las enormes energías térmica y de radiación excitan a los electrones hasta que éstos abandonan sus átomos, creando un caldo hirviente de núcleos cargados positivamente y electrones libres negativos: una mezcla gaseosa llamada plasma que puede conducir electricidad tan fácilmente como un cable de cobre.
Como cualquier objeto cargado eléctricamente, el plasma produce campos magnéticos al moverse. Cuando los campos varían, inducen el flujo de más corrientes, lo cual a su vez produce más campos. Esta maraña de plasma y efectos magnéticos y eléctricos determina las formas de casi todo en el Sol, como los brillantes arcos coronales y las áreas oscuras llamadas manchas solares.
La fuente de esta energía es la fusión nuclear. Como todas las estrellas, el Sol se formó cuando el gas y el polvo locales se aglutinaron, atraídos por la gravedad, arremolinándose hasta formar una esfera. A medida que la masa crecía, el hidrógeno en el centro era aplastado por la gigantesca presión y finalmente se desató una reacción de fusión en la que los núcleos de hidrógeno se unieron en una reacción de múltiples etapas para crear helio. La masa de los núcleos de helio resultante es apenas menor que la de los núcleos de hidrógeno que los formaron, y la diferencia se convirtió en energía de acuerdo con la famosa ecuación de Einstein: E=mc2.
Buena parte de esa energía es transportada como luz en forma de rayos gamma: la longitud de onda más energética de la radiación electromagnética. Pero el núcleo del Sol es tan denso que un solo fotón, la unidad fundamental de la luz, no puede recorrer siquiera una fracción de milímetro, sin chocar con alguna partícula subatómica, donde es dispersado o absorbido y emitido nuevamente. El resultado es que a un fotón puede tomarle cientos de miles de años ir rebotando una y otra vez en distintas direcciones hasta recorrer los 700 mil kilómetros del núcleo hacia la superficie del Sol. Para entonces, el fotón ya ha perdido tanta energía que la mayoría ésta emerge como la radiación absolutamente insignificante que llamamos luz visible.
Entender la física de este proceso tomó decenios y fue considerada estrafalaria en la década de 1920, cuando el gran astrónomo británico Sir Arthur Eddington y otros investigadores la sugirieron por primera vez, convencidos de que la fuente de energía del sol era algún fenómeno subatómico que requería de un calor inmenso.
Sin embargo, hacia la década de 1950 el modelo de fusión ya se había verificado de manera convincente, con excepción de un misterio: la producción de partículas llamadas neutrinos, que se generan en el proceso de fusión. Pese a las décadas de esmeradas búsquedas, los investigadores sólo pudieron detectar un tercio de los neutrinos que, según la teoría, deberían de alcanzar la Tierra todos los días.
Finalmente, hace tres años, un notable esfuerzo internacional, que incluía instalaciones en Japón y Canadá, solucionó el problema al demostrar que los neutrinos "faltantes" habían mutado en diferentes tipos que no pudieron ser detectados hasta que se contó con los instrumentos más avanzados. Los físicos solares todavía están festejando.
El sentimiento en la comunidad científica por lo que las exploraciones actuales están sumando a nuestro conocimiento sobre el Sol es de verdadero júbilo. Peter Gilman, un veterano investigador del Sol, lo resume así: "Ésta es la época dorada de la ciencia solar".
Como lo ilustra la solución al problema del neutrino, se trata de un esfuerzo internacional. Por ejemplo, el vehículo principal de la flota espacial solar es el observatorio Solar y Heliosférico (SOHO, por sus siglas en inglés) un satélite administrado de manera conjunta por la Agencia Espacial europea y la NASA. Fue lanzado en 1995 y su arsenal de instrumentos ha coadyuvado al trabajo de investigación de científicos de todo el mundo.
Pero casi cada respuesta, ganada con mucho esfuerzo, ha dado paso nuevos acertijos: la incesante danza entre el plasma y los campos magnéticos hace que separar causa y efecto sea extremadamente difícil. Cada uno de los fenómenos solares importantes es influido por los otros y ninguno es entendido por completo. Al parecer, el ímpetu hacia la solución de lo que los físicos solares consideran "las grandes interrogantes" no va a frenarse, dada nuestra necesidad aún mayor de predecir el clima espacial y porque, como lo enuncia el astrónomo John Harvey: "El Sol es el único objeto astronómico cuya importancia es crucial para la humanidad".

Entre esas grandes interrogantes están (sin ningún orden en particular):

¿Cuáles mecanismos internos producen la potente dínamo magnética del Sol?
El magnetismo mueve al Sol. Nuestra estrella tiene un campo magnético principal en todas partes, con polos magnéticos opuestos norte y sur, que parece producido por el movimiento interno del plasma.
Sin embargo, hasta hace poco era imposible observar nada por debajo de la resplandeciente fotosfera. A principios de la década de 1980, los científicos desarrollaron una técnica denominada heliosismología: una especie de exploración mediante ultrasonido de las entrañas solares, que permite a los investigadores analizarla propagación de las ondas de sonido a través del Sol, usando las técnicas que aplican los geólogos para entender la estructura interna de la Tierra.
"Hace treinta años, nadie soñaba con la posibilidad de observar debajo de la superficie de una estrella", dice John Leibacher, del Grupo de Red de Oscilación Global (GONG, por sus siglas en inglés), un programa internacional de seis estaciones de observación automatizada, separadas entre sí por unos 60 grados de longitud, que observan al Sol 24 horas al día.
La idea de analizar las ondas de sonido surgió en la década de 1960, cuando el físico Robert Leighton utilizó técnicas de imagen Doppler para mostrar que la superficie solar vibraba con oscilaciones rítmicas, con una frecuencia de un pulso cada cinco minutos. Posteriormente, algunos astrónomos solares encontraron ondas diferentes que resuenan por todo el Sol, y en la década de 1990 empezaron a aplicar la ciencia de la acústica a los datos obtenidos por el GONG y por instrumentos espaciales como el SOHO. El resultado: "Estamos viendo estructuras en ele interior del Sol que nadie esperaba", dice el físico solar Craig DeForest.
Quizás la mayor sorpresa sea la manera como giran las capas internas, en particular cuando se comparan con la peculiar rotación externa del Sol. A la fotosfera visible y a la zona convectiva, ubicada justo debajo de ésta, les toma aproximadamente 26 días completar una revolución en el ecuador, a una velocidad de unos 7.150 kilómetros por hora; sin embargo, cerca de los polos la rotación toma alrededor de 36 días, a unos 875 kilómetros por hora.
Desde hace mucho tiempo diversos científicos habían sospechado que las capas interiores del Sol, el núcleo y la vasta zona de radiación, rotaban más rápido que las superiores. Esto resultó ser, en parte, cierto. Las capas interiores están rotando como si fueran un cuerpo sólido, a una revolución cada 27 días; más lento que las capas superiores en el ecuador, pero más rápido que esas capas en las regiones polares. Esto significa que la zona radiactiva y la zona convectiva están girando a velocidades muy diferentes mientras se deslizan una sobre la otra. Ahora muchos expertos creen que esta área de roce y contacto, es decir, la estrecha zona donde se produce el cambio en la rotación, conocida como tacoclina, forma la dínamo que genera el campo magnético principal del Sol.
El movimiento de rozamiento interno estira y tuerce las líneas del campo magnético norte-sur, haciendo que envuelvan al Sol. Este proceso de torsión les añade energía a las líneas de campo, y, a veces, esta acción las hace lo suficientemente vigorosas para poder elevarse. Se abren camino a la fotosfera, como arcos, protuberancias y esas enigmáticas señales de la actividad solar: las manchas solares.

¿Por qué las manchas solares fluctúan en ciclos de 11 años y qué efecto tiene esto en el clima terrestre?
Cuando estos manojos de líneas del campo magnético se elevan y sobresalen por la fotosfera, su diámetro puede variar de unos 2.500 kilómetros a varias veces el tamaño de la Tierra (15.000 kms. de diámetro). Las manchas solares son visibles porque los manojos de líneas de campo obstruyen el flujo de convección. El centro de la mancha se ve oscuro, porque está mil o más grados más fría que la fotosfera circundante, que está a unos 5.700º C.
Las primeras referencias confiables respecto a las manchas solares datan del siglo I a. de C. y fueron registradas en China. A principios del siglo XVII, fueron observadas con telescopio, pero nadie realizó un conteo sistemático de ellas, hasta que un astrónomo alemán, Samuel Heinrich Schwabe, empezó a hacerlo en 1826. Hacia 1843, ya se sentía lo suficientemente seguro para informar que el número de manchas va de un mínimo a un máximo y después nuevamente a un mínimo, en un período de una década.
Para 1915, el astrónomo estadounidense George Ellery Hale y otros colegas en el observatorio de Monte Wilson, en California, EE.UU., habían mostrado que las manchas suelen presentarse en pares, aproximadamente alineadas al ecuador solar, y que cada mitad de un par tiene la polaridad magnética opuesta. Además, determinaron que todos los pares de manchas en el hemisferio norte tienen la misma orientación y que todos los pares de manchas en el hemisferio sur tienen la orientación opuesta. A todas luces, la ubicación de las manchas solares está influida directamente por la envoltura interna del principal campo magnético solar norte-sur.
Cada 11 años, en promedio, el Sol invierte su polaridad magnética total: su polo magnético norte se convierte en el sur y viceversa. De este modo, un ciclo solar magnético completo, en el que el Sol regresa a su orientación inicial, en realidad dura un promedio de 22 años. Nadie entiende por completo todo el proceso. Y esto es lamentable, ya que hay pruebas de que los ciclos de las manchas solares tienen consecuencias directas para la vida humana. Ahí está el caso del Mínimo de Maunder, un período misterioso que duró unos 70 años, de 1645 a 1715, durante el cual los registros muestran que prácticamente no aparecieron manchas en la faz del Sol.
Se denomina así por el astrónomo británico E. Walter Maunder, quien, en la década de 1890, intentó, en vano, atraer el interés a esta aberración. En la década de 1970, el físico solar estadounidense Jack Eddy revisó la obra de Maunder y observó que el mínimo ofrecía "una buena prueba de la influencia solar en el clima". Eddy, como la mayoría de los científicos solares de esa época, no estaba convencido de que las variaciones en los números de manchas solares, el indicador más visible de la actividad solar, tuvieran algún vínculo con el clima terrestre. Eddy examinó los datos sobre el crecimiento de los anillos de los árboles durante el Mínimo Maunder, y encontró que esos árboles contenían mucho más carbono 14 que los árboles anteriores y posteriores a ese período. Eso significa que durante el Mínimo Maunder habían estado llegando a la Tierra cantidades más altas de radiación cósmica (un Sol magnéticamente activo reduce la radiación cósmica que recibimos). Eddy concluyó entonces que después de todo sí había conexión.
La investigación de Eddy también atrajo la atención a otra escasez de manchas solares, ocurrida entre 1460 y 1550. Al comparar este episodio con el Maunder, los científicos se dieron cuenta de que estos mínimos extendidos coincidían con la parte culminante de un famoso período frío en Europa y otros lugares, conocido como la pequeña Edad de Hielo (1400 - 1850).
Pareciera que con menos manchas solares, debería de haber un Sol más brillante, pero en realidad la luminosidad del Sol es mayor cuando más manchas aparecen, porque su magnetismo produce áreas extraordinariamente brillantes llamadas fáculas.
La actividad de las manchas solares ha sido mayor en el último siglo, cuando las temperatura de la Tierra se ha elevado. Pero, de acuerdo con un informe reciente de la NASA, la mayor luminosidad parece explicar sólo la mitad del incremento en la temperatura global antes de 1940, y menos en años posteriores, cuando los gases invernadero han seguido aumentando. Las variaciones en la actividad solar son tan sólo parte del acertijo.
Más aún, nuestro conocimiento de esas variables es limitado. Nuestros mejores estudios heliosismológicos y las observaciones espaciales de alta tecnología sólo abarcan unos 15 años. Y, como lo señala Joel B. Mozer: "Desde que iniciamos la carrera espacial en la década de 1950, sólo hemos tenido cuatro ciclos solares. Todo nuestro conocimiento se basa en ello. Pero hay muchas pruebas de que éstos no representan los extremos".
A partir de simulaciones por computadora, los científicos tienen una idea clara de cómo podrían surgir y disiparse las manchas solares. Pero las observaciones muy detalladas aún son escasas para compararlas con la teoría.
"Se espera que la heliosismología finalmente nos ofrezca mejores observaciones del campo magnético a profundidades cruciales", dice Spiro Antiochos, del Laboratorio de Investigación Naval en Washington, D.C. "Actualmente, a partir de la superficie tenemos que inferir lo que está sucediendo debajo. Incluso no sabemos responder a la simple interrogante sobre la estructura del campo magnético debajo de una mancha solar".

¿Cómo es posible que la corona, el ultraenrarecido halo de iones que se extiende millones de kilómetros en el frío del espacio, sea generalmente cientos de veces más caliente que la superficie solar?
La corona y la cromosfera, una banda de plasma de 2.500 kms. de grosor ubicada justo sobre la fotosfera visible, desafían por completo la suposición común de que las cosas tendrían que estar más frías si están más lejos de la superficie del Sol: la fotosfera está a unos 5.700º C, la cromosfera tiene un promedio cercano a los 10.000º C y la temperatura en la corona alcanza los 2.000.000º C.
¿De dónde proviene ese tremendo calor? El principal sospechoso es un proceso llamado reconexión magnética, la unión de las líneas del campo magnético que produce liberación de energía.
"Un descubrimiento clave del SOHO fue que los campos magnéticos de pequeña escala son generados constantemente por todo el Sol justo debajo de la superficie", explica Joseph Gurman, científico del proyecto SOHO por parte de EE.UU. esta "alfombra magnética" está compuesta de pequeños arcos que se elevan desde la fotosfera. Las bases de los arcos son impelidas por el plasma en distintas direcciones. Cuando dos arcos con impulsados juntos, su energía eléctrica almacenada crece a niveles insostenibles. Luego se rompen y se reconectan entre sí para formar una configuración de energía más baja. La energía excedente, que a veces es de miles de millones de kilowatts hora, es liberada en un instante.
Después de décadas de no ser capaces de producir suficiente energía para un modelo de calentamiento de la corona, dice Gurman, ahora tenemos miles de veces más energía que la requerida".
¿Qué explica que las llamaradas y las EMC, que con responsables de las tempestades eléctricas de la Tierra? ¿Cómo pueden predecirse estas tormentas?
La corona puede producir o que Robert Lin, profesor de física en la Universidad de California en Berkeley, llama "los aceleradores de partículas más poderosos en el sistema solar: las llamaradas solares y las EMC. Las llamaradas más grandes equivalen a miles de millones de megatones de TNT".
Las llamaradas arrojan buena parte de su energía como rayos X y posiblemente se generan al liberarse corrientes eléctricas de manera repentina, cuando uno o más arcos del campo magnético en la corona son forzados hasta el punto de ruptura y bruscamente cambian de forma. La radiación, que viaja a la velocidad de la luz, alcanza la Tierra en ocho minutos y puede afectar los sistemas de radiocomunicaciones y navegación. Un pequeño porcentaje de llamaradas también lanza protones de alta energía y movimiento rápido que pueden paralizar satélites.
Pero lo más preocupante para los científicos dedicados a la meteorología espacial se refiere a las EMC y su barrera de partículas. Aunque con frecuencia las EMC siguen a las llamaradas, estas erupciones masivas de plasma también ocurren a menudo por sí solas.
Por lo general, les toma de uno a tres días llegar a la Tierra, donde chocan violentamente con la magnetósfera del planeta, la deforman y, si las circunstancias son propicias, producen una corriente anular de millones de amperes en los cinturones de partículas cargadas que continuamente circundan la Tierra. Las EMC, más amenazadoras que las llamaradas para los satélites de comunicaciones, también pueden dañar las redes terrestres de energía y dejarnos en la oscuridad.
Aún no podemos predecir cuándo ocurrirá una EMC, porque desconocemos el mecanismo que las detona. Pero con el SOHO y otros satélites que continuamente inspeccionan la actividad solar, "podemos ver estas tormentas salir del Sol de una manera que antes era imposible, informa Joseph Kunches, del Centro para el Medio Ambiente Espacial en Boulder, EE.UU., y predecir con una precisión del 80% si impactará o no en la Tierra".
Los meteorólogos espaciales están logrando también, cuando menos, tener algún aviso sobre la velocidad y orientación magnética de las eyecciones. La polaridad magnética de una EMC puede cambiar durante su travesía. Si la polaridad es opuesta a la de la Tierra, su impacto causa el mayor daño, ya que la colisión de líneas de campo con movimientos opuestos produce enormes cargas. Los científicos obtienen la lecturas correspondientes tan sólo una hora o menos antes de que impacte una EMC, cuando pasa por un satélite llamado Explorador de Composición Avanzada (ACE, por sus siglas en inglés). Como el SOHO, el ACE orbita alrededor de un punto fijo en el espacio, a 1.500.000 de kms. de la Tierra.
A menudo, las peores tormentas vienen en los años siguientes al máximo solar; el más reciente finalizó el 2001; noviembre del 2003 marcó la llamarada de rayos X más fuerte que se haya observado jamás.
Los científicos han estado midiendo las llamaradas desde hace sólo algunas décadas y las EMC se identificaron apenas a principios del decenio de 1970. ¿En realidad hemos visto los límites extremos de lo que puede hacer el Sol? No podemos estar seguros. Sin embargo, para cuando se presente el próximo máximo solar, dentro de unos siete años, aproximadamente, una nueva generación de observatorios solares estará vigilando nuestra tormentosa estrella, sumándose a una era que para los físicos solares ha significado 20 años de buena calidad de imagen.





Tormentas solares.
La Tierra en la línea de fuego.

El apogeo del ciclo de manchas solares, el máximo solar, se parece a la temporada de huracanes en la tierra: las condiciones son propicias para grandes desastres. El campo magnético solar está sumamente turbulento; las líneas del campo liberan energía y explotan como llamaradas que lanzan radiación de rayos X a la velocidad de la luz. De modo similar, pero mucho más impresionante, una nube de plasma (una EMC) se eleva en el espacio con la energía de 200 mil millones de bombas como la de Hiroshima. La magnetósfera de la Tierra nos protege de sufrir daño físico por esos ataques solares. Sin embargo, su efecto en la tecnología puede ser terrible: las llamaradas pueden interrumpir las señales de radio y de GPS usadas en la navegación, las EMC pueden inhabilitar satélites esenciales para las comunicaciones, la sacudida cósmica de una EMC puede sobrecargar las redes eléctricas, provocando apagones masivos.

El Sol aumenta su actividad.

El ciclo empieza con líneas del campo magnético que van de polo a polo: el campo generado en la tacoclina, donde las zonas radiactivas y convectiva se deslizan una sobre otra. Ya que las capas superiores del Sol rotan más rápido cerca del ecuador (alrededor de 26 días) que los polos (unos 36 días), las líneas empiezan a estirarse. Cuando el plasma se agita y fluye, éste hala y distorsiona aún más las líneas, lo cual les da energía. Cuando las líneas de campo se tuercen, ganan vigor y se elevan, atravesando la superficie en una variedad de formas asombrosas.

Surge una tormenta.

¿Qué desata una EMC? La teoría afirma que los arcos coronales actúan como una red para contener campos magnéticos energizados que intentan elevarse. Los arcos, en constante movimiento, pueden fusionarse en un proceso llamado reconexión magnética y dejar escapar mil millones de toneladas de plasma a una velocidad de hasta ocho millones de kph., que se convertirán en una nube de decenas de millones de kms. de ancho. Una EMC que atraviese rápidamente al viento solar, crea una onda de choque que puede acelerar su plasma cargado y su radiación.

La Tierra recibe el golpe.

A una EMC le toma de uno a tres días alcanzarnos. El SOHO y otros satélites detectan su erupción, pero sólo una hora antes del impacto podemos medir cuán dañina será. Si la EMC trae una orientación magnética opuesta a la de al Tierra, comprimirá nuestra magnetósfera protectora, exponiendo los satélites a las partículas. También se conectará a nuestro campo magnético en el lado diurno y desprenderá las líneas de campo. Entonces, en el lado nocturno, las líneas de la Tierra se reconectan y arrojan billones de watts de energía a la atmósfera superior.



Ver la película en www.nationalgeographic.com/magazine/0407
NOTA DEL TRANSCRIPTOR:
ESTA ES COMPROBACIÓN CIENTÍFICA DE LA PROFECÍAS MAYAS QUE DICEN QUE EL SOL 'QUEMARÁ' LA TIERRA HACIA EL 2012.
LO PEOR, TAL COMO LO DIJO JOSÉ ARGÜELLES EN OCTUBRE DE ESTE AÑO, ES QUE, DADOS LOS CAMBIOS IMPREDECIBLES DEL SOL, ES MUY PROBABLE QUE LA FECHA SE ADELANTE Y UNA EMC ELIMINE TODO EL SISTEMA ELECTROMAGNÉTICO TERRESTE, TANTO EL NATURAL, COMO EL CREADO ARTIFICIALMENTE POR EL HOMBRE.
TAREA PARA LA CASA:
¿TE IMAGINAS UN MUNDO SIN ENERGÍA ELÉCTRICA?
¿TE IMAGINAS UN MUNDO DONDE NINGUNA MÁQUINA FUNCIONE?
TODO LO QUE SABES ES INÚTIL PARA ESE MOMENTO.
ASÍ QUE PREPÁRATE PARA LOS ÚLTIMOS CUATRO AÑOS DE TU VIDA.

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