domingo, octubre 19, 2008

Observación a la carta pastoral de monseñor Infanti

No es en modo alguno necesario analizar detenidamente los valores otorgados por cualquiera de nuestros contemporáneos no-religiosos a su cuerpo, a su casa y a su universo, para medir la enorme distancia que le separa de los hombres pertenecientes a las culturas primitivas y orientales de que acabamos de hablar. Al igual que la habitación de un hombre moderno ha perdido sus valores cosmológicos, su cuerpo está privado de toda significación religiosa y espiritual. En resumen, se podrá decir que, para los modernos desprovistos de religiosidad, el Cosmos se ha vuelto opaco, inerte, mudo: no transmite ningún mensaje, no es portador de ninguna “clave”. El sentimiento de la santidad de la Naturaleza sobrevive hoy día en Europa, especialmente en las poblaciones rurales, porque es allí donde subsiste un cristianismo vivido como liturgia cósmica.
En cuanto al cristianismo de las sociedades industriales, sobre todo el de los intelectuales, ha perdido desde hace largo tiempo los valores cósmicos que poseía todavía en la Edad Media. No es que, por necesidad, el cristianismo urbano esté “degradado” o sea “inferior”, sino que la sensibilidad religiosa de las poblaciones urbanas se ha empobrecido sensiblemente. La liturgia cósmica, el misterio de la participación de la Naturaleza en el drama cristológico se han hecho inaccesible para los cristianos que residen en una ciudad moderna. Su experiencia religiosa no está ya “abierta” hacia el Cosmos. Es una experiencia estrictamente privada, la salvación es un problema entre el hombre y su Dios; en el mejor de los casos, el hombre se reconoce responsable no sólo ante Dios, sino también ante la Historia. Pero en estas relaciones: hombre-Dios-historia, el Cosmos no tiene sitio. Lo que permite suponer que, incluso para un cristiano auténtico, el Mundo ya no es sentido como obra de Dios.
Sólo en las modernas sociedades occidentales se ha desarrollado plenamente el hombre arreligioso. El hombre moderno arreligioso asume una nueva situación existencial: se reconoce como único sujeto y agente de la Historia, y rechaza toda llamada a la trascendencia. Dicho de otro modo: no acepta ningún modelo de humanidad fuera de la condición humana, tal como se la puede descubrir en las diversas situaciones históricas. El hombre se hace a sí mismo y no llega a hacerse completamente más que en la medida en que se desacraliza y desacraliza al mundo. Lo sacro es el obstáculo por excelencia que se opone a su libertad. No llegará a ser él mismo hasta el momento en que se desmitifique radicalmente. No será verdaderamente libre hasta no haber dado muerte al último dios.
El hombre arreligioso de las sociedades modernas recibe aliento y ayuda de la actividad de su inconsciente, sin llegar, empero a acceder a una experiencia y a una visión del mundo propiamente religiosas. El inconsciente le ofrece soluciones a las dificultades de su propia existencia, y, en este sentido, desempeña el papel de la religión, pues, antes de hacer a la existencia creadora de valores, la religión le asegura la integridad. En cierto sentido, podría casi decirse que, entre los modernos que se proclaman arreligiosos, la religión y la mitología se han “ocultado” en las tinieblas de su inconsciente– lo que significa también que las posibilidades de reintegrar una experiencia religiosa de la vida yacen, en tales seres, muy en las profundidades de ellos mismos. En una perspectiva judeocristiana podría decirse igualmente que la no-religión equivale a una nueva “caída” del hombre: el hombre arreligioso habría perdido la capacidad de vivir conscientemente la religión y, por tanto, de comprenderla y asumirla; pero, en lo más profundo de su ser, conserva aún su recuerdo, al igual que después de la primera “caída”, y, aunque cegado espiritualmente, su antepasado, el hombre primordial, Adán, había conservado la suficiente inteligencia para permitirle reencontrar las huellas de Dios visibles en el Mundo. Después de la primera “caída”, la religiosidad había caído al nivel de la consciencia desgarrada; después de la segunda, ha caído aún más bajo, a los subsuelos del subconsciente: ha sido “olvidada”. Aquí se detienen las consideraciones del historiador de las religiones. Aquí también comienza la problemática propia del filósofo, del psicólogo, incluso, del teólogo. Mircea Eliade

Esta es la razón por la cual tuvo tan mal acogida en el programa Tolerancia Cero (hace unas semanas) y, en general, en la población urbana, toda acción que intente defender el “medio ambiente”, oponiendo el argumento religioso al tecnocrático. Este último defendido acérrimamente en dicha ocasión por el mozalbete impertinente de dicho canal de televisión (Matías del Río), quien sostenía que “ellos no se equivocan”. Ignorando por completo casos como el de los cisnes de Valdivia y el Transantiago. Para qué decir de los demás panelistas que sólo hicieron evidente la ‘inconveniencia’ de utilizar dicho argumento para defender la naturaleza, ya que no todos son creyentes.
Lo lamentable es la ignorancia de monseñor, ya que el propio Cristianismo tiene la culpa, al acentuar el “dominio” sobre la naturaleza del Génesis, por sobre la “hermandad” franciscana. Dicho argumento (de “dominio”) fue simplemente llevado a su extremo por la racionalidad ‘tecnocrática’ tan denostada por él. Las cosas como son.
No debemos olvidar que, dada la recesión mundial, nuestras autoridades harán hasta lo indebido para “atraer inversiones”, que generen “empleos”. Pero, poseídos por la ilusión de una relación directamente proporcional entre la magnitud de la cifra y la cantidad de empleos, destruirán lo que queda de “medio ambiente” o “patrimonio natural”. ¿Por qué siempre la referencia al Pater y no a la Mater? Lo falaz de ese argumento radica en que por cada empleo que da una minera o una hidroeléctrica, el campo da 25 o más. Allí es donde realmente se necesita el agua.
Lo peor de todo es que, en el mejor de los casos, le ‘compro’ el argumento del Génesis y todo, pero con su iglesia “no voy ni a misa”, ya que tampoco reconoce que la presión demográfica es el Gran Argumento para el chatanje emocional que hay detrás de todas estas iniciativas energéticas. Tal como le dijo uno de los panelistas, si la población no creciese tanto, no habría necesidad de tanta energía y para eso, habría que controlar la natalidad, medida a la cual la iglesia católica se ha opuesto sistemática y férreamente. Es decir, en jerga comunicacional, envía “señales contradictorias”. Por una parte combate las consecuencias (centrales en Aysén), pero favorece la causa (mayor población). La iglesia católica es un pirómano queriendo pasar por bombero: arroja agua y gasolina al incendio que dice querer apagar. Pero no es el único. ¿Quién se beneficia del aumento de consumidores y votantes? He ahí la trilogía que vive a costa nuestra. Por otra parte, en el caso de Pascua Lama, le creyó a la empresa.
En resumen, a monseñor Infanti y todos los “verdes”, lamento decirles que están perdiendo su Tiempo y el de todos quienes los siguen. Usando una metáfora bíblica, se puede triunfar en un ‘frente’, pero no en dos, al mismo Tiempo, sobre todo cuando se auto boicotea el ‘mismo bando’: “Todo reino dividido por luchas internas, corre a la ruina y sus casas se desmoronan unas sobre otras. Si Satanás ahora está dividido, su imperio no se va a mantener. ¿Cómo pues, dicen que yo hecho a los demonios invocando a Belcebú? Si yo hecho a los demonios gracias a Belcebú, los amigos de ustedes, ¿con ayuda de quién los echan? Ellos apreciaran estos cometarios. Lc. 11, 17-19

ENMEN
Comodoro de Inteligencia Galáktika.

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